Carmen MBlanco

Cuando me asomé a este lugar llamado mundo, además de mis padres que no se alejaban de mí más de unas milésimas de centímetros, había «algo» que no se despegaba de mi padre, una cajita rectangular que se abría por la parte de arriba, con una palanquita a la derecha que giraba para ir pasando una especie de plástico que llevaba dentro hasta que se terminaba. La curiosa cajita tenía 2 agujeritos con un cristal: los objetivos, y mi padre miraba por encima, ajustaba unas rueditas y le daba a un botoncito con su dedo índice derecho. Se metía con ese rollito en una habitación oscura, allí se pasaba un tiempo (dice que tenía una bombilla de luz roja…) y a los pocos días ese rollito se había convertido en un negativo! que puesto en un aparato llamado ampliadora pasaba a ser papel y jugando con la exposición de la luz, aparecía … yo! o mi madre! o mi abuela! o todas juntas…

Era magia de la buena.

Gracias por tu mágica herencia en mi interior… papá.